Me habían traído hasta allí con los ojos vendados. Llamas sinuosas corrían sobre el piso del santuario en ciertos momentos de la noche sepulcral, subían las columnas y embellecían la flor exquisita del acanto.
Me habían traído hasta allí con los ojos vendados. Llamas sinuosas corrían sobre el piso del santuario en ciertos momentos de la noche sepulcral, subían las columnas y embellecían la flor exquisita del acanto. Las cariátides de rostro sereno, sostenían en la mano balanzas emblemáticas y lámparas extintas. Me propongo dedicar un recuerdo a mi compañero de aquellos días de soledad. Era amable y prudente y juntaba los dones más estimados de la naturaleza. Aplazaba constantemente la respuesta de mis preguntas ansiosas. Yo le llevaba unos años. Él murió a manos de una turba delirante, enemiga de su piedad. Me había dejado en la ignorancia de su origen y de sus servicios. Yo estuve cerca de abandonarme a la desesperación. Recuperé el sosiego invocando su nombre, durante una semana, a la orilla del mar y en presencia del sol agónico. Yo retenía un puñado de sus cenizas en la mano izquierda y lo llamaba tres veces consecutivas. |
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José Antonio Ramos Sucre
Nació en Cumaná, Venezuela, el 9 de junio de 1890. Libros: La torre de Timón, Las formas del fuego y El cielo de esmalte. Murió en Ginebra el 13 de junio de 1930. Su obra ha sido publicada en Venezuela, México, España, Francia, Portugal... Ver detalles » -
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