En «El retórico«, Ramos Sucre escribe que el «discípulo de los alejandrinos», quien «combate la victoria del cristianismo», «Acaba de saber el sacrificio de Hipatia en un desorden popular, animado contra la fama y la existencia de la mujer selecta por la envidia de unos monjes cerriles».
La fuente de Ramos Sucre parece ser la Vida de Isidoro de Damascio, o por lo menos el fragmento que sobre Hipatia fue luego recogido en el Suda.
Cuando Cirilo [el obispo cristiano de Alejandría] oyó esto [que las multitudes aclamaban a Hipatia], le entró tal ataque de envidia que de inmediato empezó a conspirar su asesinato y de la forma más cruel. Cuando Hipatia salió de su casa, tal como tenía por costumbre, una multitud de hombres mercenarios y feroces que no temían castigo divino ni venganza humana matan a la filósofa; así cometieron un monstruoso y atroz acto contra su patria.
La mención de la envidia y la alusión a Cirilo en «El retórico» (la frase «monjes cerriles» juega con el nombre del obispo), evidencian que el texto de Damascio es una de las referencias de Ramos Sucre.
En este punto no está de más citar la Historia eclesiástica del historiador cristiano Sócrates Escolástico, para complementar la anterior relación:
Como ella solía hablar a menudo con Orestes [prefecto romano de Alejandría y discípulo de Hipatia], se le acusó de forma calumniosa entre los cristianos de que ella era el obstáculo que impedía que Orestes se reconciliase con el obispo. Algunos de ellos, encabezados por un maestro llamado Pedro, corrieron con prisa empujados por un fanatismo salvaje, la asaltaron cuando volvía a su casa, la arrancaron de su carro y la llevaron al templo de Cesarión, donde la desnudaron por completo y la mataron con trozos de cerámica de los escombros. Después de descuartizar su cuerpo, se llevaron los pedazos al Cinaron y los quemaron.
Tampoco sobra la referencia de Gibbon en su Decline and Fall, que agrega detalles sobre la muerte de Hipatia:
On a fatal day, in the holy season of Lent, Hypatia was torn from her chariot, stripped naked, dragged to the church, and inhumanly butchered by the hands of Peter the reader (alias Peter the Lector) and a troop of savage and merciless fanatics: her flesh was scraped from her bones with sharp oyster-shells, and her quivering limbs were delivered to the flames.
Traduzco el final casi literalmente: «su piel fue arrancada de sus huesos con filosas conchas marinas, y sus temblorosos miembros fueron entregados a las llamas».