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El misterioso sacrificio de Antinoo: la versión de Ramos Sucre

En su relación de la muerte de Antinoo, Dio Cassius emplea la palabra hierourgetheis, quizá insidiosamente: el término designa el sacrificio en que las entrañas de la víctima son examinadas por los sacerdotes; premeditamente o no, ello introduce un elemento siniestro o perverso en la ofrenda humana. La Historia antigua emplea devotum, y así alude a la devotio o sacrificio voluntario en beneficio de Roma o su emperador. Ambos informes aprueban la hipótesis del sacrificio para la muerte de Antinoo; la segúnda versión fue, sin embargo, la preferida de los antiguos.

Ramos Sucre asume la tesis de la devotio pro principe, pero prefiere la indecisión en cuanto a la naturaleza del ritual. Las líneas

Había perecido cuando ostentaba los atributos e insignias de Apolo. Las palmeras descabelladas presenciaban una vez más el sacrificio del sol…

conectan a Antinoo con Apolo, la divinidad del sol, de las plagas y la curación, del veneno y la cura, de los oráculos y la magia. Apolo también se asocia con la Targelia, el festival ateniense en que se ejecutaba el ritual de los farmakoí, la expulsión o muerte purificatoria de los farmakós, el hombre o los hombres que expiaban, siendo expulsados de la ciudad, las impurezas o transgresiones ajenas. (Fármakos también significa ‘brujo’, ‘mago’ o ‘envenenador’.) El sacrificio del sol es, pues, el sacrificio de aquel que lleva «los atributos e insignias de Apolo».

Notemos que portar altos atributos e insignias es uno de los requisitos de la devotio. El consúl Decius Mus, en el 340 A.C., se vistió con la toga praetexta, el caput velatum y el cinctus Gabinus, señales destintivas de un oficial con imperium, antes de embestir solitariamente al enemigo; y, en otro celebrado ejemplo, Marcus Curtius vistió su armadura de guerrero antes de lanzarse a la profunda grieta del Foro. La descripción de Ramos Sucre es otra muestra de su erudición clásica, pero sobre todo es una muestra de erudición al servicio de una idea poética: la muerte de Antinoo fue un sacrificio voluntario. Este juicio se sigue necesariamente de postular una devotio, acto que exige el ofrecimiento personal: «Decios (el consúl Decius) qui ad voluntariam mortem…» (Cicerón en su Catón el viejo).

La otra alusión a la devotio aparece al final:

Adriano … descubre una imagen de su pensamiento en la actitud de un gavilán, el mismo del rito indígena, ensañado en aventar las plumas de una víctima.

El verbo «aventar» es un eco del método más afamado del ritual: lanzarse en medio del enemigo, a lo profundo de la tierra o a las aguas. Y, sin embargo, la imagen del gavilán que avienta plumas nos inquieta porque insinúa la búsqueda de las entrañas, la extracción de las vísceras. Quizá Ramos Sucre deja entrever así que la amorosa entrega de Antinoo no fue totalmente comprendida por el emperador. También deja entrever que el misterio de esa entrega aún permanece con nosotros.

* Notas relacionadas: El secreto del Nilo (el texto) | La muerte de Antinoo: chismes antiguos.

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La muerte de Antinoo: chismes antiguos

Adriano estaba inconsolable con la pérdida de su favorito en el río cenagoso, entre saurios torpes. Había perecido cuando ostentaba los atributos e insignias de Apolo.

En la última semana de octubre, probablemente del año 130, el amado Antinoo, en palabras del emperador Adriano, «cayó al Nilo». La Historia Augusta, ese venerable acopio de rumores maldicientes, agrega:

Él perdió a su Antinoo mientras navegaba por el Nilo, y lloró por él como una mujer. En relación a ésto, hay varias opiniones: algunos afirman que se sacrificó a sí mismo por Adriano, otros que fue asesinado tanto por su belleza como la excesiva sensualidad de Adriano…

También está la relación de Dio Cassius, no menos murmuradora que la anterior:

Antinoo murió o bien porque cayó al Nilo, como Adriano escribe, o bien, como en verdad ocurrió, al ser ofrecido en sacrificio. Porque Adriano… era siempre muy curioso y empleaba adivinaciones y hechizos de todo tipo. Coherentemente, honró a Antínoo ya sea a causa de su amor por él o sea porque el joven había voluntariamente decidido morir por el emperador (era necesario que una vida se entregara libremente para el cumplimiento de los fines que Adriano tenía previstos).

La Historia Antigua explica con benevolencia la decisión del joven amante al tiempo que empaña las razones del emperador:

Otros ven sus motivos como píos y religiosos: ya que Adriano deseaba prolongar su vida por cualquier medio, los magos sugirieron que alguien debería morir voluntariamente en su lugar; todos se rehusaron. Sólo Antínoo se ofreció por sí mismo: por eso todos los homenajes rendidos a su memoria.

Estos informes compendian las especulaciones sobre uno de los más afamados escándalos amorosos y políticos de la Antigüedad. Éstas son, esencialmente, las fuentes de Ramos Sucre, como se colige de la tercera estrofa de «El secreto del Nilo«:

Adriano había seguido las inspiraciones de una curiosidad impía y las enseñanzas de una crítica presumida, al visitar osadamente el país de los mitos sabios, espectador inmóvil del misterio.

El poeta, sin embargo, es más indirecto en su presentación de la hipótesis del sacrificio de Antínoo. Pero esto es tema de otra nota.

* Notas relacionadas: El secreto del Nilo (el texto).

El secreto del Nilo (el texto)

«El secreto del Nilo» es uno de los pocos textos de Ramos Sucre, sino el único, que alude a una relación homosexual: la del emperador Adriano y su protegido Antinoo. Curiosamente, no ha sido examinado por quienes hablan de la misoginia o de la «sexualidad atormentada» del poeta. Confieso que el tema me interesa poco, y que mis notas intentan seguir mi conocido hilo sacrificial y sus implicaciones sociales o políticas. No sugiero con esto que la temática sexual no atravesará mis notas, sino que, simplemente, el énfasis no estará en ella. Pero seguramente alguno me recordará que el énfasis es una forma del disimulo.

El secreto del Nilo

Adriano estaba inconsolable con la pérdida de su favorito en el río cenagoso, entre saurios torpes. Había perecido cuando ostentaba los atributos e insignias de Apolo.

Las palmeras descabelladas presenciaban una vez más el sacrificio del sol, anegadas en la penumbra del momento solemne, y una pirámide abrumaba el horizonte de modo inexorable.

Adriano había seguido las inspiraciones de una curiosidad impía y las enseñanzas de una crítica presumida, al visitar osadamente el país de los mitos sabios, espectador inmóvil del misterio.

Adriano se ha reclinado sobre el zócalo de un monumento derruido, en la vecindad del río inagotable, y descubre una imagen de su pensamiento en la actitud de un gavilán, el mismo del rito indígena, ensañado en aventar las plumas de una víctima.