Aceptemos que pueden ser innumerables las razones que justificaron o motivaron la elección que hizo Ramos Sucre del poema en prosa, término que no está en sus libros y que sólo alguna vez acompañó, en un periódico, a sus textos. Pero el juicio de Fernando Paz Castillo sobre el poeta y su carencia «del dominio de la rima» insinúa que éste prefirió el juicio de incomprensible al de incompetente, y aunque tal argumento sea sicológicamente creíble, no me parece elegante ni condigno de nuestra imagen del Ramos Sucre finamente retórico.
Por ello quisiera esbozar dos razones poéticas sobre la elección ramosucreana del poema en prosa. Esas dos razones guían uno de los últimos textos de Ramos Sucre: «El disidente». La primera es de carácter técnico: el empleo de recursos de la retórica hebrea, en particular del quiasmo; la segunda, el interés de Ramos Sucre por la temática de exclusión y contaminación. Ambas, lo veremos, se relacionan de manera íntima.
El examen y uso de recursos de la retórica hebrea es un rasgo manifiesto de «El disidente». A esta retórica la diferencian de la griega y romana dos características sintácticas: la organización más paralelística y concéntrica que lineal, y el mayor empleo de la coordinación y la yuxtaposición que de la subordinación. De lo primero es prueba la estructura paralelística inversa, es decir en quiasmo, del texto:
A. Dos métodos para alejar al demonio: invectivas y arrojarse de bruces.
B. Bodin se interesa en la muchedumbre de posesos y se inician los suplicios.
C. El padre de un ahorcado se declara igual a Jesús.
B’. El narrador no se aviene con los hechizados y finalizan las hogueras de la represión.
A’. Dos métodos para despistar un poder asombradizo: macho cabrío y ave.
Notemos que la primera estrofa ya contiene un quiasmo: “San Francisco de Sales aconsejaba dirigir invectivas al demonio [A], para alejarlo de nuestra presencia [B], Yo había leído en otro escritor ascético la costumbre saludable de arrojarse bruces sobre la tierra desnuda [A’]”; dos ideas sinónimas con su propósito en el centro. Con respecto a la segunda característica, el mayor empleo de la yuxtaposición y la coordinación (parataxis) sobre la subordinación (hipotaxis), señalo la aparición de una sola oración subordinada: “para alejarlo de nuestra presencia”; y el que siete veces se emplee la conjunción “y”.
Encontramos así la explicación de un rasgo profusamente señalado por la crítica en los textos de Ramos Sucre: la ausencia del pronombre relativo «que». Los juicios menos favorables a esa práctica los sintetizó cáusticamente José Ángel Mogollón: “Hubo un tiempo en que la única afirmación generalizada sobre su poesía era que ésta constituía una colección de trabajos ininteligibles escritos sin ‘que’”; Alba Rosa Hernández registra sin ironía y con benevolencia que sólo hay dos excepciones en La torre de Timón y ninguna en los otros dos libros, y concluye que Ramos Sucre “Eliminó la subordinación casi por completo y la sustituyó por la coordinación y la yuxtaposición”. Es lícito suponer que la ausencia del «que» fue un requerimiento de la organización paralelística e inversa y de la preferencia por la parataxis que Ramos Sucre descubrió en el orden verbal de los textos rituales sobre el macho cabrío y el ave ceremonial del leproso de Levítico, aludidos al final de «El disidente».
El otro factor que sospecho motivó la elección del poema en prosa, fue el interés de Ramos Sucre por la lógica sacrificial de contaminación y purificación, por ese acto de expulsión que es también constitutivo de la poesía. Esa motivación no debe sorprender: incluso para un crítico como Todorov, el poema en prosa está marcado por la dualidad, la ambivalencia y el contraste; y esa doble naturaleza, en un movimiento al que debemos estar acostumbrados, lo impulsa a plantear el problema en términos de exclusión: “¿eliminado el verso, qué queda de la poesía?”; parecidamente, Barbara Johnson concluyó que a la poesía la constituye el acto de excluir y negar otros códigos.
«El disidente» no sólo examina, pues, la diferencia o límite entre los códigos de la ortodoxia y la herejía; examina también la diferencia o límite entre el código de la poesía y de la prosa. Y para ello no había modelo mejor que los textos sacrificiales de la Torah: una escritura tres mil o más años anterior a las distinciones entre prosa y poesía —una escritura que se revela entonces como un antecedente no-poético y no-prosístico del poema en prosa de Ramos Sucre—; una escritura empleada para codificar los límites entre el interior y el exterior, lo idéntico y lo diferente, lo extranjero y lo nativo, lo puro y lo impuro, y para codificar los respectivos actos de exclusión purificadora; una escritura que por ello mismo sirve para explorar y confrontar las distinciones y las expulsiones que codifica y que la afectan. Desemejante en la semejanza, afuera que está adentro, el poema en prosa, prefigurando e incorporando su exclusión, examina y experimenta las diferencias que minan y reafirman la identidad de la poesía y de la prosa.
Recapitulo: para investigar las resistencias, límites y posibilidades retóricas de la diferencia entre prosa y poesía, la lógica de contaminación y el acto de exclusión que las constituye, Ramos Sucre eligió el modelo retórico de la Torah. Pero la exploración de esa lógica y de una retórica más paralelística y concéntrica que lineal y más paratáctica que hipotáctica, trajeron como consecuencias el estupor, la incomprensión y las acusaciones de hermetismo e ininteligibilidad, que el poeta previó y no temió enfrentar. El 25 de octubre de 1929, poco tiempo después de publicar El cielo de esmalte, el tomo donde apareció «El disidente», Ramos Sucre escribió a su hermano Lorenzo que los juicios acerca de sus “dos libros han sido superficiales”; juicios como el de carencia del “dominio de la rima”, por ejemplo.
Un comentario
Felicidades:
Es un excelente análisis que arroja luz en la fina línea que separa ambos géneros.