La imagen siempre está cerca del símbolo o se confunde con él.
Para el olvidado Karl Solger, escribe Todorov, “símbolo y alegoría se caracterizan por una reunión de los contrarios” y sólo se diferencian en que la última “es más bien un desgarramiento» y el primero «un acuerdo”. Previamente he explorado el problema de la alegoría de Ramos Sucre mostrando la manera en que adopta la alegoría medieval, al estilo de lo que Dante llamaba alegoría de los poetas. Las dialécticas ideas de Solger me sirven ahora para aproximarme oblicuamente al asunto: analizando cómo interactúan los contrarios en «A un despojo del vicio«. En esta nota quisiera demostrar que la relación entre mujer pública y yo poético no es la de un simple acuerdo u oposición, sino más bien un «desgarramiento».
En la nota «Sufrimiento propio como ajeno» señalé que a la mujer pública y al yo poético los conecta la cruz: a ella le doblega los «hombros el peso de una cruz» y él afirma que “fijo como a una cruz estaba por los dolores propios y ajenos”. Pero antes de rendirse al atractivo tema de los dobles, conviene examinar detenidamente esa relación. En la misma nota apunté que aunque la cruz vincula sus destinos y sufrimientos, éstos no son semejantes: al final ella muere y él queda sólo. En ese sentido, sus destinos reflejan los de los machos cabríos del Yom Kippur y de las aves del leproso aludidas en «El disidente»: uno muere y el otro es expulsado. No fortuitamente los atributos inversos entre mujer y yo poético se organizan en un quiasmo: la figura entrecruzada (A:B:X:B:A) gobierna los textos sobre los rituales de los cabríos y las aves, y fue en el Medievo metáfora de la cruz y el Cristo.
La estructura arranca con las repeticiones paralelas al inicio y final de «A un despojo del vicio». Al inicio se describe a la mujer como “ignorante de la misericordia y del afecto”, con una vida “toda dolor o afrenta”; al final, ella promete recordar al único hombre que la “había compadecido, sin cuya caridad . . . [se habría] encontrado más aislada”, y el la deja “ignorar” que él “iba también quejumbroso y aislado por la vida”.
Ciertas ideas y palabras asociadas con la mujer y el yo poético se repiten, pues, al inicio y al final del texto: ignorancia, afecto y dolor. Otras se contraponen: si continuamos desde los extremos, hay un contraste entre quien explotó la belleza de la mujer y el yo poético que la ha compadecido. También encontramos paralelismos sintéticos, una frase que desarrolla o completa otra. A la frente de ella la agobia “con estigma con oprobioso la injusticia”, mientras que él es “soñador de una imposible justicia”. Hacia el centro, la mujer soporta la cruz mientras él está fijo a ella. También en el centro, formando un quiasmo dentro de otro, la meditación de la mujer sobre su muerte complementa sus quejas sobre el aislamiento y la decadencia física.
El siguiente esquema muestra el orden de estos paralelismos:
A. Ignorancia de misericordia y afecto. Vida de quejumbre, herida y dolor (mujer).
B. Explotador(a) de la belleza
C. Meditación sobre la muerte
D. Estigma oprobioso la injusticia
E. Carga la cruz (mujer)
C’. Queja sobre aislamiento y decadencia física (mujer)
B’. Yo poético que compadece.
E’. Fijo a una cruz (yo poético)
D.’ Soñador de imposible justicia (yo poético)
A’. Ignorancia y muerte (mujer). Compasión y afecto, vida de quejumbre, aislamiento y dolor (yo poético).
Advirtamos el entrecruzamiento de las inversiones, la complicada presencia de quiasmos dentro de quiasmos:
1) A:B:C:D:E:C’:B’:E’:D’:A’
2) B:C:D:E:C’:B’
3) D:E:C’:B’:E’:D’.
Los bordes (B-B’), (C-C’) y (D-D’), supuestamente destinados a marcar los límites del interior contra el exterior, se transforman en la referencia interna a lo externo.
Tales desbordamientos o desequilibrios señalan que el intercambio de atributos entre mujer y yo poético no es simétrico: entre la injusticia como estigma y como sueño imposible se interponen la queja sobre la decadencia física, que el hombre no sufre, y la compasión, que la mujer no brinda; entre la explotación y la compasión se interponen la meditación sobre la muerte y nuevamente la queja sobre la decadencia física, ambas asignadas a la mujer y no al yo poético. La decadencia física y muerte de la mujer no son el inverso de la soledad final del yo poético, y por ende no forman parte de la economía de intercambio que gobierna otras oposiciones y equivalencias en el texto.
Esto puede verse mejor así:
Mujer (queja, aislamiento, cruz)yo poético (queja, aislamiento, cruz)
Mujer (decadencia y muerte)yo poético (soledad final)
Esta asimetría previene la estructural tendencia totalizadora del quiasmo, en tanto es, según Rodolphe Gasché, la “form through which differences are installed, preserved, and overcome in one grounding unity of totality”.
El aislamiento sacrificial de mujer y yo poético justifica y preserva el orden social, pero el mal de ella no es inversa y simétricamente el de él. La relación entre los personajes no es, por consiguiente, una relación de dobles por simple contraste, oposición o negación, porque como crucificadas víctimas vicarias, asociadas con el ave, el cordero y los machos cabríos, tienen a un tiempo doble naturaleza: puros e impuros, culpables e inocentes, divinos y humanos. Separadas en el antiguo ritual, las dos naturalezas se conjugan en el Cristo. (Para Hesychius de Jerusalén, los machos cabríos representaban las dos naturalezas, divina y humana, de Jesús.)
La referencia del quiasmo es por consiguiente menos a una estática coencidentia oppositorum de los elementos opuestos —puro e impuro, divino y humano, culpable e inocente— y más al dinámico elemento común o medio en que los opuestos se oponen, despliegan e intercambian atributos.
Mujer y yo poético no son por tanto simples almas platónicas complementarias, simples mitades de un todo: la tensión entre división y unidad es un rasgo de ambos. De ahí, por ejemplo, que el yo poético no sea mero ángel guardián protector o redentor, sino también anuncio de muerte. De ahí que esa muerte sugiera a la vez condena y perdición: la mujer piensa que vendrá a liberarla de sus “enemigos, la miseria, el dolor y el vicio”, pero también que traerá con ella no el “nombre de emperatriz o heroína”, sino “el apodo infamante”.
La naturaleza vicaria de mujer y yo poético impide entonces que el texto logre —incluso si la intención de Ramos Sucre fue aquella que atribuyó a Mefistófeles, “antecesor de Hegel”— “ejecutar la síntesis de los contrarios”, le impide superar, eliminar o resistir la separación y la diferencia entre los sufrimientos de la mujer y el yo poético. No hay relevo o paso final del individuo execrado a la sociedad, del aislamiento a la comunidad, reconciliación o síntesis del prostíbulo o la buhardilla con la plaza o el ayuntamiento.