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Esquilo y Eurípides en Ramos Sucre

Ángel Rama afirma que Del ciclo troyano «revela desde el título su origen aunque la reconstrucción del acecho fatídico de Clitemnestra pertenece a las historias mitológicas más que a una de las epopeyas homéricas”. La parte final de ese dictamen es correcta: “Del ciclo troyano” no reconstruye el episodio de Clitemnestra a partir de la obra de Homero.

La conjetura mitológica, sin embargo, es vaga cuando no inexacta, tanto en el caso de Clitemnestra como en el de Polidoro. Con respecto al último, D. J. Conacher informa que “el episodio de Polixena [en la Hécuba] es la parte más tradicional de la trama y el toque más original de Eurípides es su mezcla de ese mito con la historia de Poliméstor”. Tómese en cuenta que no hay registro de esa historia fuera de la Hécuba sino hasta el siglo II A.C., en que Pacuvius escribe la Ilione. Eurípides inventó, pues, las circunstancias de la muerte de Polidoro así como Ramos Sucre inventó su amor por Ifigenia.

En cuanto a Clitemnestra, hay en Del ciclo troyano claras referencias al Agamenón de Esquilo. Una: Ramos Sucre dice de la reina que “Espera en su cubil de leona durante el decenio de la lid fatal”; Casandra emplea una descripción semejante: “Esta leona de dos pies que yace con el lobo, por ausencia del león generoso”. Estas palabras son, además, un eco de la fábula narrada por el Coro acerca del hombre que crió un cachorro de león y que con el tiempo ejecutó una matanza en la casa.

Otra referencia: Ramos Sucre escribe que “el crimen acontece la noche misma del regreso y sigilosamente, en medio del angustiado clamor de los pájaros nocturnos, de vuelo disparado y errátil”; Esquilo nos deja saber a través del Coro que las aves que sacrifican a una liebre y sus crías representan a los Atridas.

El «acecho fatídico de Clitemnestra» en Del ciclo troyano pertenece, entonces, menos a las «historias mitológicas» y más a las del teatro de Esquilo.

* Notas relacionadas: Un remake de Ramos Sucre | Del ciclo troyano (el texto).

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Ifigenia y Agamenón

Las alusiones sacrificiales en Del ciclo troyano son dos. Ifigenia es la primera y evidente, sobre todo la Ifigenia en Táuride (también conocida como Ifigenia entre los tauros) de Eurípides: llevada con el pretexto de su matrimonio con Aquiles, tarde se le revela su verdadero destino, pero en el momento del sacrificio una cierva la sustituye como víctima. Eurípides atribuye el prodigio a Artemisa: «me pusieron sobre una pira y me iban a matar a espada. Pero Artemis me arrebató, y entregó a los aqueos una cierva en mi lugar», dice Ifigenia; Ramos Sucre lo atribuye a un ardid de la madre: «Clitemnestra salva a su hija con valiente superchería, y medita años continuos el desquite». Esta versión, conviene tenerlo presente, socava el motivo que Clitemnestra, en el Agamenón de Esquilo, invoca para justificar su venganza.

La otra alusión es sutil o casi secreta: la muerte de Agamenón. Su carácter sacrificial, en la mencionada obra de Esquilo, ha sido señalado abundantemente por la crítica.

Al respecto, el mejor trabajo sigue siendo el de Froma Zeitlin. Ella destaca, entre otros detalles, que la matanza realizada por el cachorro de león es vista como proteleia, palabra que designa «sacrificios preliminares, pero especialmente los ejecutados antes de una ceremonia matrimonial». Proteleia es también el término con que Agamenón se refiere a Ifigenia, quien en lugar de ofrecer proteleia pasa a ser sacrificio preliminar de los aqueos.

Al cachorro se le nombra hiereus, el sacerdote que preside el sacrificio del sphageus. Vale recordar que Casandra se refiere a Clitemnestra como la “leona de dos pies», enlazándola con la parábola del cachorro, y que Ramos Sucre, conocedor del griego, escribe que «Clitemnestra espera en su cubil de leona». Por último, la reina describe el asesinato con términos rituales: la sangre de Agamenón es una libación, y la tres puñaladas aluden a las tres libaciones que se ofrecían en los banquetes.

Zeitlin examina otras escenas y términos que confirman la visión sacrificial que Esquilo tiene de la muerte de Agamenón. Ellas justifican su hipótesis sobre el motivo de lo que llama sacrificio corrompido: «los hechos violentos de derramamiento de sangre son presentados no como asesinatos, sino como asesinatos con ropajes sacramentales, es decir, como matanzas rituales».

Cualquier lectura de Del ciclo troyano debe tomar en cuenta estas secreta alusiones. Ellas brindan, por ejemplo, una visión distinta de la conexión que establece Ramos Sucre entre Ifigenia y Polidoro.

* Notas relacionadas: Esquilo y Eurípides en Ramos Sucre | Un remake de Ramos Sucre.

Un remake de Ramos Sucre

Las operaciones para reescribir textos son hoy muy conocidas: adición, sustracción, combinación o desplazamiento de tiempos, lugares y personajes. No hay moderno taller de escritura que prescinda del antiguo ejercicio retórico de replantear historias clásicas o famosas. Tampoco el cine lo ignora: es la fórmula del remake. Es también la fórmula de Ramos Sucre. Muchos de sus textos podrían iniciarse a la manera de «Mar Latino»: «Estoy glosando el paisaje de la Ilíada en donde los ancianos de Troya confiesan la belleza de Helena».

Un remake clásico de Ramos Sucre es «Del ciclo troyano”. Sus fuentes son el Agamenón de Esquilo y la Hécuba de Eurípides. De la última, Ramos Sucre toma la historia de Polidoro, hijo de Hécuba y Príamo, quien, para alejarlo de los peligros de la guerra, lo entrega junto con un gran tesoro al cuidado de Poliméstor, rey de Tracia. Pero éste, caída Troya, se congracia con los vencedores asesinando al joven y apoderándose de sus riquezas.

En esta historia Ramos Sucre introduce un elemento ausente en Esquilo o Eurípides: el encuentro de Polidoro con Ifigenia antes de la guerra. La pasión de los niños provoca un conflicto entre Clitemnestra, quien la alienta, y Agamenón, quien la veda «por el interés de la política y por la insinuación de los sacerdotes, necesitados de una víctima regia». (Recordemos que, en el Agamenón, Ifigenia es la prometida de Aquiles.)

Ramos Sucre aparenta, pues, manejar convencionalmente algunas operaciones del remake: adición, combinación y desplazamiento. Quiero sugerir, sin embargo, que estas operaciones no funcionan mecánicamente, sino que están subordinadas a una compleja y sutil lectura de los modelos griegos. «Del ciclo troyano» no es mera reescritura de sus fuentes: es un examen y una apropiación crítica de ellas. La clave de esa lectura de Ramos Sucre está en la noción de sacrificio. La crítica ha señalado la importancia de esta noción en la obra de Eurípides y Esquilo, pero en estas notas me limitaré a su breve examen en el Agamenón en tanto se relaciona con «Del ciclo troyano”.

* Notas relacionadas: Esquilo y Eurípides en Ramos Sucre | Ifigenia y Agamenón | Del ciclo troyano (el texto).

Del ciclo troyano (el texto)

Durante más de un año he compartido mis reflexiones sobre sacrificio, retórica y conflicto social e histórico en cuatro textos de Ramos Sucre: «El disidente«, «Duelo de arrabal«, «La venganza del Dios» y «A un despojo del vicio«. He enfatizado en ellos las alusiones judeocristianas. Ahora me gustaría enfocar otra tradición sacrificial a que alude el poeta: la de griegos y romanos. Ya me he referido parcialmente a ella al comentar el destino de Palinuro en «El ramo de la sibila» y el de Hipatia en «El retórico». Dejo ahora el texto «Del ciclo troyano» para continuar la serie.

Del ciclo troyano

Polidoro, hijo último de Príamo, demasiado joven para los deberes militares, vivió lejos de la patria cercada y en la corte de un rey fementido, donde lo había relegado el celo afectuoso de los suyos.

No sabía del asedio funesto, ni de su término en la noche de lamentos, tinta en llamas, cuando cayó bajo el hierro de su huésped, mudado en pro del vencedor.

Su tumba, asombrada por áspero matojo que emite una voz compasiva, suscita el miedo en los peregrinos de Virgilio.

El príncipe venía macilento por efecto de un monólogo suspiroso. Pensaba en Ifigenia, escapada de en medio del sacrificio y a punto de morir, refugiada entre los sármatas, cuyos corceles infatigables hieren un suelo de nieve marmórea. Había tratado a la virgen tácita, de reposado continente y blando paso, en uno de los santuarios insulares, donde amistaban los pueblos comarcanos, separados por los agravios personales de sus reyes. Clitemnestra alentaba la pasión de los niños; pero su esposo la vedaba por el interés de la política y por la insinuación de los sacerdotes, necesitados de una víctima regia.

Clitemnestra salva a su hija con valiente superchería, y medita años continuos el desquite.

Espera en su cubil de leona durante el decenio de la lid fatal, repartido entre ventajas y reveses: más de una vez el regio esposo, holgado y soberbio, no obstante el peso de las armas flamantes, increpa las catervas de los suyos, amedrentados porque un trueno fortunoso recorre las alturas, y Héctor desordena el campamento, redoblando su furiosa acometida de vendaval.

Clitemnestra dispone la muerte del real consorte, en reparación de su voluntad desoída, en desagravio de su vil sumisión, propia de las cautivas ganadas a lanza; y el crimen acontece la noche misma del regreso y sigilosamente, en medio del angustiado clamor de los pájaros nocturnos, de vuelo disparado y errátil.