El título «La venganza del Dios» guarda entre sus posibilidades la de la venganza como acción, atributo o esencia divina. Ese contexto indica que a Ramos Sucre le interesa el sacrificio como algo más que un extendido fenómeno humano: le interesa asimismo el estatuto metafísico de su violencia. La asociación de sacrificio y divinidad no es, pues, sólo una consideración mítica o ética: la violencia del sacrificio tiene carácter ontológico. De ahí la constante vinculación ramosucreana entre sacrificio y divinidad maligna: en “El disidente”, con el demonio y el “poder asombradizo”; en “Duelo de arrabal”, con el “mal tremendo, como aquel que de orden divina diezma los primogénitos de Egipto”.
También de ahí su aforismo “Dios es el soberano perezoso de una monarquía constitucional, en donde Satanás actúa de primer ministro”. Modificando la tradición agustiniana que sustenta una ontología monárquica, una ontología que postula la absoluta soberanía de Dios para concluir que el mal es privatio boni, es decir, deficiencia o carencia de ser o de lo bueno, Ramos Sucre le concede al mal cierta positividad: Dios es perezoso y Satanás gobierna. Enfermedades, desastres e injusticia social o política no son para el poeta ilusión o condición transitoria, sino parte constitutiva del orden universal. Por ello sugiero, como Heidegger en su comentario sobre Schelling, que Ramos Sucre no trata el mal “en el horizonte de la mera moral sino en el más amplio horizonte de la pregunta fundamental ontológica y teológica; así pues, una metafísica del mal».
La posibilidad del mal como atributo divino no es, por consiguiente, muestra de simple irreverencia o de decadentismo, sino de la exploración metafísica que Ramos Sucre realiza a través de la temática sacrificial. La asociación del sacrificio con el mal y lo divino asegura ese «necesario pasaje a través de lo trascendental que —según de Vries— problematiza cualquier excesivamente apresurada o confiada adscripción de la violencia (divina) a constelaciones empíricas (sicológicas, sociológicas, históricas o, en lo que concierne, lingüísticas o simbólicas)».
Como pasaje a través de lo trascendental, la asociación del sacrificio y el mal aclara el estatuto metafísico del último en la obra de Ramos Sucre. El poeta vincula el mal con la divinidad y le otorga así carácter positivo, pero esta positividad no es moderna, en el sentido de Jean-Luc Nancy: contribuye todavía «de una manera u otra a cierta conversio in bonum”, todavía contribuye siquiera indirectamente a la afirmación o restablecimiento del orden cósmico o existencial: «El sacrificio rescata el oprobio de la vida», reza otro aforismo de «Granizada».
El mal en Ramos Sucre está lejos, pues, de la noción de mal diabólico en el sentido kantiano: no se eleva como máxima o principio a nivel de la ley moral. Esto lo prueba la conciencia o aceptación de culpas implícita en su universo poético, en el que repetidas veces aparece el término expiación en contextos sacrificiales: así el yo poético de “El disidente” ejecuta el ritual del cabrío emisario para “expiar mis culpas ignoradas”; en “La venganza del Dios”, a la muerte del mensajero, la tierra se llena con “huesos expiatorios”.
Reiteran ese esquema otros textos cuyo contexto sacrificial no examinaré aquí por razones de espacio: en el “país maléfico”, el “país intransitable, desolado por la venganza divina”, el yo poético deposita el cuerpo de la joven “en el regazo de una fuente cegada, esperando tu despertamiento después de un ciclo expiatorio” (“El tesoro de la fuente cegada”); la curiosidad irreverente del mago sufre la amenaza de “la prolongación expiatoria de mis días” (“La penitencia del mago”).
En este penitente universo el mal tiene cierto carácter ontológico positivo pero no alcanza el estatuto de principio o ley moral: si lo hiciera, no habría conciencia de culpa ni imposición o aceptación de castigo. La noción sacrificial de expiación revela que el mal en Ramos Sucre no es un rechazo absoluto de la ley, la subversión de su yugo: es rebelión o transgresión que indirectamente afirma los principios del orden social o metafísico.
La anterior comprobación obliga a revisar los generalizados juicios sobre la escritura de satánica o tono satánico o sobre el satanismo de Ramos Sucre. Para Jean-Luc Nancy, sólo una concepción del mal que lo considere en su «misma negatividad, sin relevamiento dialéctico, como forma positiva de la existencia» debe ser llamada diabólica o satánica. Ese no es el caso de Ramos Sucre. Declarar sin precisiones que su poesía es satánica o diabólica es muestra de superficialidad metafísica, por no decir crítica.
* Notas relacionadas: Metafísica del mal: Heidegger y Ramos Sucre | Una poesía incapaz.